martes, 8 de marzo de 2011

EL PODER DE UNA ORACIÓN


Luisa Ríos, una mujer pobremente vestida y con una expresión de derrota en el rostro, entró en una tienda de abarrotes. Se acercó al dueño de la tienda y de una forma muy humilde le preguntó si podía fiarle algunas cosas. Hablando suavemente, le explicó que su esposo estaba muy enfermo y no podía trabajar, que tenían siete hijos y que necesitaban comida. Juan Longoria, el abarrotero, se mofó de ella y le pidió que saliera de la tienda. Recordando las necesidades de su familia, la mujer le dijo:
- "Por favor señor, le traeré el dinero tan pronto como pueda"
Juan le dijo que no podía darle crédito, ya que no tenía cuenta en la tienda. Junto al mostrador había un cliente que estaba escuchando la conversación. El cliente se acercó al mostrador y le dijo al abarrotero que él respondería por lo que necesitara la mujer para su familia. El abarrotero, no muy contento con lo que pasaba, le preguntó de mala gana a la señora si traía una lista.
Luisa respondió: "Sí, señor" "Está bien", le dijo el tendero, "ponga su lista en la balanza y lo que pese la lista, eso le daré en mercancía".
Luisa pensó un momento con la cabeza baja, sacó una hoja de papel de su bolso y escribió algo en ella. Después puso la hoja de papel cuidadosamente sobre la balanza, todo esto con la cabeza baja. Los ojos del tendero se abrieron de asombro, al igual que los del cliente, cuando el plato de la balanza bajó hasta el mostrador y se mantuvo abajo. El tendero, mirando fijamente la balanza, se volvió hacia el cliente y le dijo:
- "¡No puedo creerlo!" El cliente sonrió mientras el abarrotero empezó a poner la mercancía en el otro plato de la balanza. La balanza no se movía, así que siguió llenando el plato hasta que ya no cupo más. El tendero vio lo que había puesto, completamente disgustado. Finalmente, quitó la hoja de papel del plato y la vio con mayor asombro. No era una lista de mercancía, era una oración que decía: "Señor mío, tú sabes mis necesidades y las pongo en tus manos".
El tendero le dio las cosas que se habían juntado y se quedó de pie, frente a la balanza, atónito y en silencio. Luisa le dio las gracias y salió de la tienda. El cliente le dio a Juan un billete de 50 dólares y le dijo: Realmente valió cada centavo. Fue un tiempo después que Juan descubrió que la balanza estaba rota. En consecuencia, solo Dios sabe cuánto pesa una oración.
EL PODER DE LA ORACION ES INIMAGINABLE. ¿Qué te parece si ahora, en este momento, haces una oración y ofreces tu día a Dios? 

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TAMBIÉN SE AMA EL SILENCIO


Cuenta una antigua leyenda noruega, acerca de un hombre llamado Haakon, quien cuidaba una ermita. A ella acudía la gente a orar con mucha devoción.
En esta ermita había una cruz muy antigua. Muchos acudían ahí para pedirle a Cristo algún milagro.
Un día el ermitaño Haakon quiso pedirle un favor. Lo impulsaba un sentimiento generoso. Se arrodilló ante la cruz y dijo:
- "Señor, quiero padecer por ti. Déjame ocupar tu puesto. Quiero remplazarte en la Cruz." Y se quedó fijo con la mirada puesta en la cruz, como esperando la respuesta.
El Señor abrió sus labios y habló. Sus palabras cayeron de lo alto, susurrantes y amonestadoras:
- "Siervo mío, accedo a tu deseo, pero ha de ser con una condición." ¿Cuál Señor? preguntó con acento suplicante Haakon. ¿Es una condición difícil? ¡Estoy dispuesto a cumplirla con tu ayuda Señor! respondió el viejo ermitaño.
Escucha: "Suceda lo que suceda y veas lo que veas, has de quedarte en silencio siempre."
Haakon contestó: ¡Os lo prometo, Señor!
Y se efectuó el cambio. Nadie advirtió el trueque. Nadie reconoció al ermitaño, colgado con los clavos en la Cruz. El Señor ocupaba el puesto de Haakon. Y este por largo tiempo cumplió el compromiso. A nadie dijo nada, pero un día, llegó un rico, después de haber orado, dejó allí olvidada su cartera. Haakon lo vio y calló. Tampoco dijo nada cuando un pobre, que vino dos horas después, se apropió de la cartera del rico. Ni tampoco dijo nada cuando un muchacho se postró ante él poco después para pedirle su gracia antes de emprender un largo viaje. Pero en ese momento volvió a entrar el rico en busca de la bolsa. Al no hallarla, pensó que el muchacho se la había apropiado. El rico se volvió al joven y le dijo iracundo:
¡Dame la bolsa que me has robado! El joven sorprendido replicó: ¡No he robado ninguna bolsa! ¡No mientas, devuélvemela enseguida! Le repito que no he cogido ninguna bolsa.
El rico arremetió furioso contra él. Sonó entonces una voz fuerte:
- ¡Deténte!
El rico miró hacia arriba y vio que la imagen le hablaba.
Haakon, que no pudo permanecer en silencio, gritó, defendió al joven, increpó al rico por la falsa acusación. Este quedó anonadado y salió de la Ermita. El joven salió también porque tenía prisa para emprender su viaje.
Cuándo la ermita quedó a solas, Cristo se dirigió a su siervo y le dijo:
- "Baja de la Cruz. No sirves para ocupar mi puesto. No has sabido guardar silencio".
- Señor, ¿cómo iba a permitir esa injusticia?
Se cambiaron los oficios, Jesús ocupó la Cruz de nuevo y el ermitaño se quedó ante la cruz.
El Señor, siguió hablando: "Tú no sabías que al rico le convenía perder la bolsa, pues llevaba en ella el precio de la virginidad de una joven mujer. El pobre, por el contrario, tenía necesidad de ese dinero e hizo bien en llevárselo; en cuanto al muchacho que iba a ser golpeado, sus heridas le hubiesen impedido realizar el viaje que para él resultaría fatal. Ahora, hace unos minutos acaba de zozobrar el barco y él ha perdido la vida. Tú no sabías nada. Yo sí sé. Por eso callo.
Y el señor nuevamente guardó silencio.
Muchas veces nos preguntamos porqué razón Dios no nos contesta. ¿Por qué razón se queda callado Dios? Muchos de nosotros quisiéramos que Él nos respondiera lo que deseamos oír, pero Dios no es así. Dios nos responde aun con el silencio. Debemos aprender a escucharlo.
Su Divino Silencio, son palabras destinadas a convencernos de que, él sabe lo que está haciendo. En su silencio nos dice con amor: ¡¡¡CONFIAD EN MI, QUE SÉ BIEN LO QUE DEBO HACER!!! 

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NUESTROS VIEJITOS


Lo que eres ahora, es el producto de mi esfuerzo y perseverancia por ti.
Cuando en algún tiempo mientras conversamos y me llegue a olvidar del tema del que estamos hablando, dame todo el tiempo que sea necesario, hasta que yo recuerde; y si no puedo hacerlo no te burles de mí. Tal vez no era importante lo que hablaba pero a mí me bastaba con que solo me escucharas ese momento.
Si alguna vez ya no quiero comer, no me insistas. Sé cuánto puedo hacer y cuanto no debo hacer. También comprende que con el tiempo ya no tengo dientes para morder ni gusto para sentir.
Cuando me fallen mis piernas por estar cansadas para andar, dame una mano tierna para apoyarme, como lo hice yo cuando comenzaste a caminar con tus débiles piernitas.
Por último, cuando algún día me oigas decir que ya no quiero vivir y solo desearía morir, no te enfades. Algún día entenderás que esto no tiene nada que ver con tu cariño ni con cuánto TE AMO. Quizá si me expresaras que todavía te soy útil cambiaría de opinión. Siempre quise lo mejor para ti y he preparado los caminos que has debido recorrer.
Piensa entonces, que con el paso que me adelanto a dar, estaré construyendo para ti otra ruta en otro tiempo, ¡PERO SIEMPRE CONTIGO! No te sientas triste o impotente por verme como me ves. Dame tu corazón, compréndeme y apóyame como yo lo hice cuando empezaste a vivir. De la misma manera como te he acompañado en tu sendero, te ruego me acompañes a terminar el mío. Dame amor y paciencia que yo te devolveré gratitud y sonrisas con el inmenso amor que tengo por ti. NO DEBEMOS OLVIDAR A NUESTROS VIEJITOS (Abuelitos, Padres, Tíos, o simplemente amigos y conocidos de la tercera edad) QUE NOS HAN FORTALECIDO EL DÉBIL CAMINO DE LA VIDA. AHORA, ES TIEMPO DE GRATITUD, DÁNDOLES LO MEJOR DE NOSOTROS, SONRISAS, ABRAZOS, APOYO Y SOBRE TODO DE ALGUNA MANERA CORRESPONDER A ESE AMOR QUE HA HECHO DE NOSOTROS LO QUE HOY SOMOS... 

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EL VENDEDOR DE SEMILLAS


Un joven soñó que entraba en un supermercado recién inaugurado y, para su sorpresa, descubrió que Jesucristo se encontraba detrás del mostrador.
-¿Qué vendes aquí? - le preguntó.
-Todo lo que tu corazón desee - respondió Jesucristo.
Sin atreverse a creer lo que estaba oyendo, el joven emocionado se decidió a pedir lo mejor que un ser humano podría desear:
-Quiero tener amor, felicidad, sabiduría, paz de espíritu y ausencia de todo temor -dijo el joven-. Deseo que en el mundo se acaben las guerras, el terrorismo, el narcotráfico, las injusticias sociales, la corrupción y las violaciones a los derechos humanos.
Cuando el joven terminó de hablar, Jesucristo le dice:
-Amigo, creo que no me has entendido. Aquí no vendemos frutos; solamente vendemos semillas.
"Convierte en frutos las semillas que hay en tí". 

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CRUZ PESADA


Un joven, ya no daba más con sus problemas. Cayó de rodillas, rezando: "Señor, no puedo seguir. Mi cruz es demasiado pesada". El Señor, como siempre, acudió y le contestó: "Hijo mío, si no puedes llevar el peso de tu cruz, guárdala dentro de esa habitación. Después, abre esa otra puerta y escoge la cruz que tú quieras". El joven suspiró aliviado. "Gracias, Señor", dijo, e hizo lo que le había dicho. Al entrar, vio muchas cruces, algunas tan grandes que no les podía ver la parte de arriba. Después, vio una pequeña cruz apoyada en un extremo de la pared. "Señor", susurró, "quisiera esa que está allá", dijo señalándola. Y el Señor contestó: "Hijo mío, esa es la cruz que acabas de dejar".
Cuando los problemas de la vida nos parecen abrumadores, siempre es útil mirar a nuestro alrededor y ver las cosas con las que se enfrentan los demás. Verás que debes considerarte más afortunado de lo que te imaginas. Cualquiera que sea tu cruz, cualquiera que sea tu dolor, siempre brillará el sol después de la lluvia.
¡Ninguna cruz es pesada, cuando es Jesús quien te ayuda a cargarla!

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